Sublime fecha: 11 de abril se celebra 129 Aniversario del Desembarco de Martí y Gómez por Playita de Cajobabo

Noche borrascosa la del 11 de abril de 1895. Del Nordstrand desciende un bote sobre la mar encrespada. Seis sus tripulantes: los brigadieres Francisco Borrero Lavadí y Ángel Guerra; coronel Marcos del Rosario (dominicano) y el capitán César Salas Zamora, junto al Mayor General Máximo Gómez Báez, supremo jefe militar, y José Martí Pérez, delegado del Partido Revolucionario Cubano, las figuras más prominentes de la causa libertaria.

La oscuridad, solo rasgada por relámpagos ocasionales, se cierne sobre los patriotas. El Apóstol escribiría en su Diario de Campaña: “Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubascos.

“El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan de popa. Nos ceñimos los revólveres.

La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, la playita al pie de Cajobabo, me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande.”

Se completaba en tierra patria la triada de los grandes jefes. El Titán Antonio días antes, el Primero de Abril, lo había hecho por Duaba, en Baracoa al frente de 22 expedicionarios, entre quienes se contaban dos bravos generales: Flor Crombet, hasta el desembarco jefe de la expedición y José Maceo, el León de Oriente.

Justo cien años después, a las 10 de la noche del 11 de abril de 1895, la marea, dócil, quiere humedecer las botas de un hombre de verde olivo que empuña firmemente el asta de la bandera de la estrella solitaria y absorto en sus pensamientos penetra con la mirada la oscuridad en busca de un horizonte inobservable. Es Fidel. Ha vuelto al encuentro con la historia, con su Maestro y así lo expresas después:

“Yo he sentido un deseo especial, estar esta noche aquí a la hora de la llegada de Martí y de Gómez. Y quería esperarla con la bandera de la estrella solitaria plenamente independiente. Creo que es el homenaje más digno que se le puede ofrecer a un hecho histórico de aquella grandeza como el desembarco por aquí, por Playitas.

Y fundamenta: “Cómo habrían sido aquellos momentos y de dónde encontró fuerzas para realizar una proeza semejante: remar, desembarcar, cargar con su mochila, con su fusil, con sus cien balas, caminar de noche por esos lugares donde nosotros con mucho trabajo hemos llegado de día, avanzar por todas esas montañas en aquellas condiciones es algo realmente increíble”.

El murmullo de las olas rompiendo contra las rocas brinda solemne sonoridad al absoluto y respetuoso silencio. Fidel gira, la brisa ondea la bandera. A su espalda la mar, al frente el imponente paredón en cuya base se erige el monumento, nacional, en el mismo sitio del desembarco, donde lo marcó en 1922 Marcos del Rosario, único sobreviviente de los expedicionarios.

Durante la contienda habían caído El Delegado, el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, Santiago de Cuba; Francisco Borrero Lavadí, el 17 de junio de 1895 en el combate de Alta Gracia, en Camagüey; Ángel Guerra, el 9 de marzo de 1896 en las acciones de la colonia Algarrobo, Jagüey Grande, Matanzas; César Salas Zamora, 30 de marzo 1897 en Tierra Nueva, Bolondrón, también en tierras yumurinas y el Generalísimo en La Habana el 17 de junio de 1905.

Avanza Fidel con paso firme, absorto en sus pensamientos, “soñando con que esa escena la repitan siempre las futuras generaciones de siglo en siglo (…) las generaciones que se enfrentan hoy a muy difíciles circunstancias para mantener en alto esa bandera y libre a la Patria”, declararía luego en intercambio con historiadores, tras romper el silencio de la noche y comenta tal vez nostálgico del Granma y Las Coloradas:

“Debió ser particularmente dura para Martí, por el paisaje  abrupto, intrincado, pedregoso, espinoso, con cenagales  y porque fue el estreno de su vida en campaña; sin embargo, no encontramos en el Diario de Campaña, una queja ante las dificultades del relieve natural y todos sus elementos”.

“Martí –subrayaba el Líder de la Revolución- no tenía experiencia de la guerra (…), no era un hombre físicamente fuerte (…)”, pero en sus valoraciones admira la fuerza del Apóstol, todo orgullo, optimismo y entusiasmo tras el desembarco; sin una queja y consigna: “(…) fue una proeza extraordinaria, y este lugar es un lugar sagrado.

“Lo que soy y lo que siento se lo debo más que nadie a Martí. Por él me convertí en revolucionario y su enorme influencia en mí durará hasta el último aliento de mi vida”, así fue.

Fuente:Playitas de Cajobabo