¿Tienen sexo las enfermedades? Obviamente sí, contestarían rápidamente muchas personas apelando solo al sentido común. Y es lógico. El hecho de ser hombre o mujer condiciona muchas de las dolencias que se padecerán durante la vida. No es un secreto que el climaterio es una violenta sacudida que afecta especialmente a las mujeres y que determinados tipos de cánceres –como el de mama o el de próstata- tienen una inevitable diferenciación sexual.
Pero el asunto va más allá de listar padecimientos que están directamente asociados a las diferencias biológicas del cuerpo humano, en uno y otro sexo. Los problemas de salud son también una consecuencia de herencias culturales muy arraigadas en la sociedad. Toca, entonces, reformular la interrogante: ¿Tienen las enfermedades marcas de género? También.
Los llamados roles de género son construcciones sociales que aluden a los comportamientos, actividades y expectativas que se consideran apropiados para hombres o para mujeres en una sociedad concreta. Pero el género, además, hace referencia a la distribución del poder en esas relaciones. Y si bien guarda relación con el sexo biológico, no se corresponde forzosamente con ellas. Sin dudas, es “un factor que genera inequidades sanitarias por sí solo”, asevera la Organización Mundial de la Salud.
Un viejo axioma demográfico viene, durante años, poniendo zancadillas al mito del sexo fuerte: según una norma amparada por estadísticas, los hombres nacen más, pero mueren primero que las mujeres. ¿Son más débiles o se cuidan menos?
Si bien está documentado que las guerras –en las que combaten fundamentalmente los varones- las catástrofes naturales y muchos tipos de accidentes afectan fundamentalmente a la población masculina del planeta; esa relación causa-efecto no resulta tan lineal. Y es que ellos mueren más en esas lides porque tradicionalmente se les ha asignado “la responsabilidad” de participar mayoritariamente en ellas.
La antropóloga Leticia Artiles, experta en cuestiones de salud y género, ha ilustrado en múltiples escenarios cómo los patrones de comportamiento vigentes en la sociedad pueden influir en la prevalencia por sexo de algunas enfermedades.
“Por un criterio de conducta familiar suele decirse que el varón es de la calle y la hembra de la casa. A ellas, desde la cuna, se les reprime y chequea más, aunque sea indirectamente”, ha explicado esta experta. “Mientras, ellos se educan más a ‘su aire’”, sostiene.
Patrones como estos definen, en muchos casos, las conductas de las personas y no pocos de los riesgos a los que están expuestas. Un niño recibe en su primera infancia, como promedio, probablemente más puntos quirúrgicos que sus congéneres del sexo opuesto. Y también carga más yesos. De la misma forma, las niñas conviven con el riesgo de un embarazo temprano que, a pesar de la cobertura de salud y algunos adelantos en la educación sexual, sigue siendo una alerta para nuestro país y una responsabilidad que asume -y soluciona- la mitad femenina de la familia.
Y si de fuego se trata…
En el mundo entero, las tasas de mortalidad por accidentes son mayores entre los varones. Ese comportamiento tiene poco que ver con la biología misma y mucho con las pautas de intrepidez y supuesta valentía trazadas para ellos desde la adolescencia.
En Cuba el panorama no es diferente. Según el Anuario Estadístico de 2019, del Ministerio de Salud Pública, la mortalidad general por accidentes es superior en los hombres, 54,3 fallecimientos por cada cien mil habitantes, frente a 46 en las mujeres al cierre de 2018. Sin embargo, las estadísticas revelan detalles curiosos. Las mujeres están más amenazadas por las caídas imprevistas y por los accidentes causados por el fuego. Nada disparatado. ¿Quiénes, por lo regular, cocinan en casa?, ¿quién suele caminar más a menudo por un piso resbaloso?
En tanto, investigaciones científicas diversas suelen asociar la aparición de padecimientos como la diabetes mellitus a situaciones de tensión o estrés profundo, amén de los factores genéticos y nutricionales.
Los reportes de la mortalidad por enfermedades crónicas no transmisibles en Cuba revelan que es precisamente la diabetes uno de los dos padecimientos que cobra más vidas en el universo femenino que en el masculino. Las tasas al cierre de 2018 no mienten: 25,3 fallecimientos por cada cien mil personas en mujeres, en contraste con solo 18,1 por cada cien mil en el caso de los hombres. Sin dudas, una referencia a las presiones cotidianas a que se ven sometidas las cubanas. Además de compartir con los hombres los problemas de transporte y los lógicos conflictos laborales de todos los días, las mujeres, mayoritariamente, se enfrentan a la obligación de alimentar a la familia. Literalmente, inventan la comida diaria y se ocupan, por regla general, de la atención a los hijos
Un estudio del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), aseveraba a principios de los años noventa, que el 60 por ciento de las familias cubanas reproducía la distribución de las tareas domésticas de manera desigual, siendo la mujer quien cargaba con la peor parte.
La Encuesta Nacional de Igualdad de Género, realizada en 2016, confirmó que esa situación ha cambiado muy poco: “los resultados muestran la persistencia de brechas de género en la carga total de trabajo de hombres y mujeres”, confirma su Informe Ejecutivo.
Realizada de conjunto entre el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), de la Federación de Mujeres Cubanas y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), de la Oficina Nacional de Estadísticas, la ENIG 2016 evidenció que las mujeres dedican 14 horas más que los hombres, como promedio semanal, al trabajo no remunerado. O sea, ese que se desempeña puertas adentro de casa.
En fin, que, por obra y gracia de la tradición patriarcal que nos signa como sociedad, ellas se sienten “dueñas del hogar” y les resulta muy difícil compartir los quehaceres con el resto de la familia. Han adquirido nuevas responsabilidades fuera de casa, sin poder repartir las que ya tenían.
“Bajo esas condiciones son frecuentes los estados depresivos, irritabilidad, ansiedad, cansancio frecuente, sobrecargas al sistema nervioso y la disminución de la llamada calidad de vida”, asegura Leticia Artiles.
La situación parece ser especialmente alarmante en las mujeres de entre los 45 y 55 años. En esas edades, se convierten en el centro de la dinámica familiar, con una mayor sobrecarga que favorece los procesos de deterioro para su salud.
Por si fuera poco, hábitos y roles sociales culturalmente aprendidos también afectan a las mujeres en el ámbito de la nutrición. Los alimentos, puertas adentro de casa, no siempre tienen una redistribución equitativa. La mujer, generalmente encargada del “reparto”, acostumbra a favorecer primero a niños y ancianos, y después a su pareja.
“Las cubanas comen menos según un patrón intrafamiliar que no se diferencia esencialmente de lo que pasa en América Latina, aunque su nivel cultural sea mayor”, explica Artiles.
Por ese rumbo podría andar, también, al menos una de las causas de la alta incidencia de la osteoporosis en las mujeres que llegan a los umbrales de la menopausia. Para colmo, los hábitos nutricionales de esta zona del mundo no ayudan. Las personas en este archipiélago no siempre valoran lo suficiente la importancia de frutas y vegetales, mientras suelen adorar grasas y carnes rojas como dioses imprescindibles en la alimentación.
De esta amenaza no escapa nadie. Dueños de los mayores indicadores de muerte por enfermedades del corazón, los hombres, por su parte, le deben este padecimiento, en no pocas oportunidades, a lo que comen y cómo lo hacen, al hábito de fumar y a la ingestión de alcohol. Pero la tradición también pone sus trampas. Según especialistas, liberar las tensiones es un buen antídoto contra infartos y otros accidentes cardiovasculares, pues previene, en primer lugar, la hipertensión arterial. Sin embargo, el hombre cubano es reprimido casi desde que nace. “Los hombres no lloran”, “tienes que ser el fuerte de la familia”. ¿Resultado? Una acumulación de tensiones que no se liberan nunca y, cuando llegan al tope, estallan.
En contraste, parecería que las cubanas son más fuertes que sus congéneres–biológica y psicológicamente hablando-, en el sentido de que su tiempo de recuperación en casi todos los padecimientos es mucho más rápido.
“Mi esposo cae en cama hasta por un catarro pasajero. Yo, ni con una gripe fuerte, de esas que dan fiebre alta y dolores de todo tipo, miro la cama. Si me recuesto, luego no me puedo levantar y todo se queda por hacer.”
Opiniones como estas son tan comunes que lo mismo se escuchan en la cola de la bodega, que en el buró de un centro de trabajo. Según apuntan las estadísticas, ellas también suelen acudir más rápido y con mayor frecuencia al médico. ¿Se quejan más o se cuidan mejor?
Otros numeritos abonan el terreno de la especulación. En Cuba la población femenina de sesenta años y más supera con creces a la masculina de la misma edad, según datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la ONEI. Pero el número total de hombres albergados en hogares de ancianos prácticamente duplica el de las mujeres. ¿Será que las abuelas son más útiles en casa? ¿O que ellos, cuando se quedan solos, no puedes valerse por sí mismos? Un buen tema para investigar.
Para la antropóloga Leticia Artiles, una de las claves de este rompecabezas con enfoque de género es no haber educado a la gente en la certeza de que la salud debe tener un comportamiento equitativo en la familia y cuando éste no existe, se favorece la aparición de enfermedades que, si bien no matan, sí disminuyen notablemente la satisfacción personal.
En cualquier caso, no es ocioso proponer que, en las campañas de promoción y prevención de salud, se abra un capítulo especial que se anuncie más o menos así: Dime tu sexo… y te diré de lo que padeces.
Fuente: Cubadebate
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