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Entre la destreza y el milagro

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La foto que sale en Facebook es de victoria, de final feliz luego de un trecho largo que, a veces, se estrechaba. Alguien inmortalizó el abrazo, la sonrisa del médico, la madre y la tía tras los nasobucos, y la simetría maravillosa en el rostro del chico recién dado de alta tras casi dos meses de ingreso.

Quien entró hace más de 60 días como paciente del servicio de Neurocirugía del Hospital General Dr. Agostinho Neto, no es exactamente el mismo que hace apenas una semana regresaba a su casa en Mabujabo, Baracoa: Roelvis Trutié Milían, literalmente, se sacó un peso de encima.

Más bien, le sacaron.

Un reto “gigantesco”

“Era, recuerda el especialista en primer grado en Neurocirugía, Francisco Parra Kindelán, un tumor óseo que nos llenaba las manos. Tenía 10 centímetros de diámetro por uno de sus lados, de masa sólida, no móvil, con bordes irregulares y crecimiento intra y extracraneal, con una forma esférica en su parte superior, y hacia abajo, triangular”.

Una lesión que, en la especialidad, califica como gigantesca y que, por suerte, se ubicaba en el área parietal derecha posterior y se extendía a la línea media, por una zona del cerebro que se considera no funcional. Ello “explica por qué no tenía otros síntomas, más que algunos dolores de cabeza”, detalla el cirujano.

No hay, empero, caso simple en neurocirugía. “El cerebro, me dice de primeras es un órgano misterioso y complejo, que define quiénes somos, nuestra personalidad, todas las funciones de nuestro cuerpo y cualquier invasión, así sea para curar, debe ser tomada muy en serio”.

Para Roelvis, la determinación del médico se tradujo en disímiles exámenes, incluida una resonancia magnética en Santiago de Cuba, y días de espera en los que este último, a partir de las imágenes, trazó la planeación quirúrgica “exhaustiva, para buscar la mejor opción, dónde abrir, por dónde comenzar abordar, en qué orden”.

Los riesgos, dice el especialista de solo 32 años y éxitos reseñables y reseñados -la primera operación del cerebro con paciente despierto en esta parte de la Isla fue su obra-, nunca faltan. “La resonancia nos mostraba un crecimiento de la tumoración bien profunda. No infiltraba el cerebro, pero lo comprimía, y a las estructuras internas del cráneo, los vasos sanguíneos.

“Además, estaba demasiado cerca de una estructura vascular muy importante que es el seno sagital posterior -por donde pasa gran volumen de sangre a altas presiones-, y eso nos ponía en alerta, pues dañarlo implicaba una hemorragia masiva de muy difícil manejo”, rememora.

Era, por añadidura, su primera vez con una tumoración de este tipo, así que el estudio se redobló. “Qué le voy a decir. Soy, simplemente, un enamorado de la neurocirugía, y un médico joven que ve en cada reto una oportunidad de crecer, mientras ayudo a mis pacientes”.

Un reto que, asegura, no toma a la ligera. “No tenemos los equipos que, en otros países, permiten realizar una cirugía de una manera más cómoda y segura, y para esta, tuvimos mucha ayuda del Ministerio del Interior, con algunos materiales, y de varias personas.

“Pero, básicamente, le agradezco a los profesores del hospital Hermanos Ameijeiras, donde cursé el último año de la especialidad, la filosofía de prepararme bien para cada caso, de buscar cursos online, esa sed por seguir buscando y hacer lo posible”, reconoce.

Justo esa insistencia lo llevó a decirle sí a una operación compleja -no solo porque todas lo sean, también por el reto ante la falta de instrumental, de material gastable… -cuando pudo, y nadie lo hubiera culpado, remitirlo a otro hospital.

“Pero yo creo en la ciencia, y el médico necesita buscar la alternativa, porque lo contrario implica remitir a esa persona a un centro a 900 kilómetros. Hacer, a pesar de todo, siempre que no sea un riesgo para el paciente: Así es como pienso”, dice y hay más de un logro que “hablaría” a su favor, literalmente.

La hora de la verdad

Fue, precisa el neurocirujano, un equipo pequeño, pero bien formado, el que “entró” al cerebro de Roelvis, sin apuros y con todo, o por lo menos todo lo humanamente posible, pensado.

La práctica, empero, siempre logra superar a la teoría. “Sabíamos que el tumor era pesado, pero cuando vimos que el cerebro se movía junto a la lesión confirmamos que esta se había adherido a las estructuras que protegen el cerebro, y el trabajo sería más duro”, detalla.

Separar la parte patológica de la sana requirió, cuenta, más que destreza. “Fue necesario usar medios de magnificación, en este caso el lente de un endoscopio y un monitor que nos permitió diseccionar la tumoración en esas zonas donde estaba adherido, especialmente por donde pasaba el seno venoso”.

Con la lesión afuera, y los bordes “limpios”, según se alcanzaba a ver macroscópicamente, el trabajo no era menos complejo: “Se había infiltrado la zona epicranial, hacia arriba, así que fue preciso reconstruir la bóveda craneal con subitón quirúrgico -una especie de cemento- y la piel, que se había estirado”, detalla.

Fueron, en total, siete horas de procederes quirúrgicos. En otras dos, y todavía en Terapia Intensiva -donde se ingresan por un día todas las operaciones de esa naturaleza- “Roelvis fue extubado y tuvo la primera interacción con nosotros. A la mañana siguiente ya estaba totalmente recuperado, y refería un alivio inmediato”.

Siguieron días de medicación, cura de la herida de casi 15 centímetros que mantenía bajo un gorro, y evaluaciones clínicas. “Los estudios imagenológicos, también necesarios para la evolución, ahora no están disponibles por rotura del equipo del hospital”, precisa Parra Kindelán.

También, horas de espera que duran hasta hoy. “Como en toda tumoración, explica, se realiza una biopsia para determinar la naturaleza de la lesión, si es benigna o maligna. En el caso de los tumores óseos, esas muestras tardan un poco más por su naturaleza del crecimiento de esos tejidos”.

Un nuevo día, y otros viejos

Yo se lo decía, que no lo dejara para después…, si tenía las posibilidades de ver a un médico, en Baracoa o en Guantánamo, en alguna de las muchas veces que tuvo que venir por trabajo”, me dice Reina Milían Navarro y sus palabras, aunque lo parezcan, no son una reprimenda.

Sentado a un lado de la cama, mientras una vía en pleno antebrazo deja pasar al cuerpo gotas de medicina para prevenir infecciones, Roelvis sonríe, mientras la madre intenta explicar(se) cómo fue posible que una bolita minúscula que apareció hace dos años, llegara al punto de un “tumor gigantesco”.

La cosa es que Roelvis solo corrió cuando dolió. Cuando, en días de guardia en el Centro de Prisiones de Baracoa, empezó a irritarle la luz y, de regreso a casa y después de bañarse, la cabeza le dolía “por donde estaba la bola, un dolor como si me estuvieran apretando”, y ya era evidente la protuberancia en su cabeza.

Una semana estuvo ingresado en el Hospital de Baracoa. Lo evaluó la neuróloga y remitió a Guantánamo. El resto es esta historia. Él sentado en el borde de la cama y tomando a la madre por la cintura para una foto, agradeciendo a las muchas personas que lo visitaron en esos días.

Le pregunto cómo se siente. “Al principio me dolía un poco la cabeza, por la operación, pero nada como ese peso de los últimos tiempos… Yo sabía que todo iba a salir bien. Cuando vino el médico se lo dije, y a mi mamá, que no se estaba tranquila”.

Sabe, no obstante, que el final de la foto, es solo un paso. La tranquilidad definitiva, para Roelvis y su familia está por llegar. “Pero yo voy a salir bien. ¿Usted no me ve bien, periodista?”, me replica. Y lo veo.

Vuelvo al médico. Busco un pronóstico, pero se resiste a no atenerse a la ciencia. “Yo solo puedo decirle que hicimos todo lo posible. Que retiramos la tumoración, limpiamos todo lo posible y lo seguiremos con exámenes imagenológicos y lo necesario”, me responde.

Es la expresión de un médico, de un sistema de salud, de un país que no se deja definir por cuánto le falta, sino por cómo se crece…

Tomado de: Venceremos

 

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